sábado, 5 de noviembre de 2016

La Rochefoucauld

Decía François de La Rochefoucauld (no estoy seguro de que fuese él quien lo dijo, pero es el personaje con nombre más extravagante que se me ha ocurrido) que una pareja no deja nunca de serlo mientras uno de los dos siga durmiendo arropado por las mismas sábanas.
Años después, otro escritor, más radical que el duque, afirmaba que las rupturas no existen cuando han tenido una base sentimental sólida. Y, aunque aceptaba su posible evolución, descartaba por completo que una separación (ya sea de una persona, un animal, un objeto o un lugar) pudiera llegar a producir una disolución emocional, siempre que la relación hubiera estado sustentada en raíces auténticas.

Ni uno ni otro se referían a las relaciones contractuales (por ejemplo, el matrimonio), sino a las afectivas, que también, claro está, pueden darse dentro del vínculo matrimonial, tenga este acuerdo carácter civil o religioso.
El fondo de la cuestión está en si tenemos o no capacidad para separarnos de nosotros mismos. Y parece que la respuesta razonable a esta cuestión es negativa, salvo en los casos de doble (o múltiple) personalidad, que pertenecen al proceloso mundo de la patología psiquiátrica.

Todo lo que hemos sentido es parte de nosotros, a pesar de que vivamos con la tendencia natural de pretender que solo somos el presente, algo que es recomendable como mecanismo de defensa ante la adversidad, sin que deje de ser una mentira piadosa que nos contamos a nosotros mismos pues, como también dijo el duque de La Rochefoucauld (esto sí que lo dejó escrito), la filosofía triunfa con facilidad sobre las desventuras pasadas y futuras, pero las desventuras presentes triunfan sobre la filosofía.

Luchar a pecho descubierto contra el pasado (y contra los pronósticos futuros poco favorables) es un trabajo propio de Hércules que, sin embargo, casi todos afrontamos en mayor o menor medida, si bien no deja de ser una renuncia a una parte de nuestra realidad. Como estamos tan acostumbrados a disfrazarnos ante los demás, acabamos haciéndolo ante nosotros mismos con suma facilidad (otra frase de La Rochefoucauld, incluida en sus famosas 'Máximas').

La sensatez (tan poco frecuente) recomienda no recortar esas partes de nuestra vida pasada que ahora creemos que no nos gustan. Y digo 'creemos' porque esa disposición del ánimo es más voluntarista que real, dado que el hecho de no agradarnos viene provocado por su inconveniencia o deficiente compatibilidad con determinadas situaciones o compromisos del presente. 
De esa manera, cuantas más rebanadas del pan de nuestra siempre compleja verdad vayamos eliminando, menos sustancia nos quedará y cada vez nos iremos enfrentando con menos fuerzas a los vericuetos de una vida que es difícil de manejar en plenitud emocional si hemos cercenado sin piedad nuestro patrimonio sentimental.

Los sentimientos que hemos tenido siguen siendo de nuestra propiedad y, si eran auténticos, nos enriquecen, por muy políticamente incorrectos que puedan parecer en una circunstancia concreta (que también será pretérita en cuanto nos descuidemos). 
No renunciemos a ellos, porque eso es renegar de nuestra propia identidad.

No hay comentarios: