martes, 22 de marzo de 2016

Extrañas lecturas

Hay quien lee cosas muy raras. Claro que también hay (y abundan mucho) otros que no leen nada. No vamos a descubrir ahora la importancia de la lectura, pero nunca está de más recordar las buenas costumbres.

Virgilio y Horacio, por ejemplo, no son lecturas frecuentes. Yo, sin ir más lejos, llevaba mucho tiempo sin pasearme por sus versos, pero gracias a D. Antonio Magariños, me he vuelto reencontrar con ellos. Y ha sido una cita afortunada.

Cierto es que el paso de los siglos ha corrido a favor de los poetas romanos, sobre todo de Virgilio, pues el indiscutible contenido propagandístico de La Eneida, diluye en el tiempo su fervor imperial a la gloria de Augusto. Pero todo esto es lo de menos en esta época tan poco propensa a la exaltación de la cultura escrita. Porque es indiscutible que, en nuestros días, son más numerosos los 'lectores' de fotos que los de texto. Es una realidad triste, pero con la que no tenemos más remedio que convivir.
Tal vez, conocedores de esta natural tendencia humana a favor de la ley del mínimo esfuerzo, los antiguos egipcios inventaron la escritura jeroglífica, que no deja de ser una manera bastante ingeniosa de conectar con el pueblo, suavizando en su favor los quebraderos de cabeza propios de la lectura convencional.

A fin de cuentas, la escritura, como las matemáticas o la música, son lenguajes cuya representación gráfica ayuda a su difusión y estudio. Solo los mejor dotados son capaces de dominar sus técnicas, su arte y el conocimiento profundo de su ciencia, con el simple uso de la memoria.

No me parecería nada raro, sin embargo, que la gente leyera en el Metro novelas de El Coyote (siempre he tenido un especial cariño a José Mallorquí), como tampoco lo sería encontrar viajeros con un buen tomo de las aventuras del Pato Donald, escrito y dibujado por Don Rosa o, mejor aún, por Carl Barks (en el supuesto e hipotético caso de que fuese fácil encontrar ediciones de estos genios del cómic, casi desconocidos en nuestro país).
Por el contrario, me sorprende (y mucho) ver a gente de aspecto normal concentrada en las páginas de un tomo de Jorge Bucay o Paulo Coelho (habitualmente, de gran tamaño y con tapas duras). Pero no hay que olvidar que el espíritu humano es inescrutable y, desde luego, muy desconcertante.
Quiero decir con todo esto que no considero preciso ser un obseso de los clásicos, no pareciéndome nada insensato alternar a Kant o a Cervantes con Agatha Christie.

En cualquier caso, debemos reconocer que más vale leer cosas raras que ver Gran Hermano VIP o Sálvame Deluxe. Algo es algo.

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