miércoles, 23 de marzo de 2016

Cuando el sol era verde

¡Qué distinto fue el mundo cuando el sol era verde!

He leído en un libro antiguo que, algunos años, en los primeros días de la primavera, el sol brillaba en Venecia con un tono verde-azulado. Como es lógico, leer esto me sorprendió mucho, porque yo no recuerdo haberlo visto así, pero, como la memoria es, a veces, engañosa, lo he dado por bueno. 
De todas formas, ahora que lo pienso bien, sí me parece que había cosas verdes en Venecia, en los primeros días de primavera. Y rojas, claro. Sin ir más lejos, la melena (no muy abundante, es cierto) de aquel león de San Marcos que surgió frente a un canal (de verdes aguas, eso sí), en los alrededores de La Fenice, era muy rojiza. Escasa, pero rojiza. A mí me gustan más los leones de grandes melenas rubias, por lo que resulta sorprendente que se quedara grabada en mi retina la imagen de ese felino pelirrojo.

El libro antiguo dice, también, que casi todo se desfigura con un sol verde. Y de esto no hay duda. El mundo era muy particular cuando el sol tenía ese color (no solo en Venecia). Ocurría en todas partes. Había quien se quedaba mirándolo fijamente durante horas, proyectando, él mismo, una sombra arrojada de color rosa (tirando a naranja pálido) y perdía la noción del tiempo y del espacio. Era un mundo diferente, desde luego.

Hoy ya todo es diferente. Es raro encontrarse con soles verdes y, cuando nos topamos con ellos, no nos interesan. Tal vez por haber comprobado que sus tonos esmeraldas no son más que una percepción equivocada de nuestros sentidos. Porque los sentidos están educados para confundir. Un niño, por ejemplo, toma brócoli y, claro, no le gusta nada. Pero no resulta infrecuente que, con el tiempo, a ese niño (ya convertido en adulto) acabe pareciéndole que el sabor del brócoli es bueno.
No está demostrado (o, si lo está, se oculta por ignotos y, tal vez, espurios intereses de los trusts internacionales del repollo) que el brócoli sea adictivo, pero no me extrañaría, ya que algo parecido sucede con el tabaco, el alcohol y un buen número de drogas.
Por todo ello, somos muchos los que ya recelamos de esos sorprendentes soles verdes que iluminan vidas para apagarlas después (como en el bolero del panameño Carlos Eleta Almarán).

Yo, por si acaso, me he acostumbrado a practicar un ejercicio psicológico que considero de especial eficacia para evitar los graves inconvenientes de la exposición anímica a los soles verdes. Cada vez que tengo la impresión de encontrarme frente a uno de ellos, imagino que es un gigantesco y redondo brócoli en pleno proceso de cocción y se esfuman, de inmediato, sus posibles efectos. 
Una técnica sencilla que recomiendo encarecidamente.

No hay comentarios: