miércoles, 16 de diciembre de 2015

O no ser... ni haberlo sido nunca

En realidad, la duda de Hamlet era más bien simple. Ser o no ser, es una cuestión existencial, genérica, filosófica... Claro que lo que, en el fondo, se planteaba el desolado príncipe de Dinamarca no era tanto eso como el eterno interrogante de qué hacer ante la adversidad y la traición.
Es una pregunta que, como tantas otras, no tiene una respuesta abstracta, universal o genérica, sino que está en función de muchas variables, tan diversas como la vida.

A nivel de duda teórica, parece que lo que propone es la disyuntiva de elegir una u otra forma de actuar, pero lo que, a fin de cuentas, nos ha legado es un enunciado que compite con el de Descartes (en distinto idioma original, eso sí), si bien el del filósofo francés es aseverativo, mientras que el del dramaturgo de Stratford queda resumido en su famosa fórmula interrogativa retórica.
Para mí, el verdadero problema que surge en la mayoría de las ocasiones no es la de las cuatro célebres palabras que han pasado a la posteridad, sino otro mucho más vulgar y estrechamente ligado a la naturaleza humana.

No es raro que, durante una época (a veces, muy larga) creamos una cosa ('ser') y, al cabo del tiempo, nos demos cuenta de que no 'era'. O, lo que es peor, nos quedemos con la duda de si 'fue' o 'no fue'.
Cuando esto sucede es cuando se libra la verdadera batalla interior. Y, ante esta situación, lo más reconfortante para nuestro fuero interno (una expresión, por cierto, que, sin serlo, suena a paradoja) es mantenernos firmes en que 'fue'. El tiempo puede acabar sugiriéndonos que no es tan grave que ya 'no sea', pero lo que es casi imposible de aceptar es que no solo ya no es, sino que 'no lo fue nunca'. 

¿Qué hacer ante la adversidad y la traición? ¿Es más noble para el alma sufrir los golpes y las flechas de la injusta fortuna o debemos tomar las armas para enfrentarnos a un mar de adversidades y, oponiéndonos a ella, encontrar el fin?
Si aceptamos la última alternativa ('no lo fue nunca'), ¿puede merecer la pena llegar a sucumbir (aunque sea en sentido figurado) en esa lucha? Y, lo que parece, aún, más grave: ¿se podrá dormir... tal vez soñar, después de asumir semejante situación?
Ya nos dice el gran bardo inglés en ese mismo monólogo que la conciencia nos hace cobardes a todos. Tal vez por eso, seguimos aferrándonos a que sí 'fue'.

Porque las cotas de la traición se elevan a una altura insospechada si 'no lo fue nunca' y eso es algo con lo que que nadie está dispuesto a convivir durante el resto de sus días. Si ya no queda esperanza hacia el futuro, al menos querremos añorar la que guardamos hacia el pasado. Y, si esta última también se desvanece, todo estará perdido y nuestra vida se habrá vaciado en uno y otro sentido.
Nadie lo quiere, nadie lo acepta, nadie lo asume. "Siempre nos quedará París", vino a decir, más o menos, Rick, con la intención de alimentar su futuro con una nostalgia que estaba en peligro de desaparecer para siempre.

La otra alternativa es sostener entre tus manos una calavera y recitar:

"... y la ardiente resolución original decae
al pálido mirar del pensamiento.
Así también enérgicas empresas,
de trascendencia inmensa, a esa mirada
torcieron rumbo, y sin acción murieron".

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