martes, 7 de julio de 2015

Silencios obscenos

Casi ningún silencio prolongado en exceso tiene justificación sensata, pero hay algunos que ya claman al cielo. Son esos silencios maliciosos, en los que la soberbia se mezcla con la lujuria de la razón, con los apetitos desordenados del orgullo irracional, fiero y autodestructivo. 
Hay quien los considera patológicos. Yo no tengo conocimientos clínicos para juzgarlos desde un punto de vista médico, pero sí estoy de acuerdo con quienes los definen como silencios emocionalmente obscenos.

La obscenidad emocional es impúdica desde el punto de vista de la ética, la moral y la honradez. También es torpe (en sus diversas acepciones), indecorosa, fea, infame, tosca y, desde luego, ignominiosa. Además, ofende al pudor de la sensatez, al de la lógica, y al de la buena voluntad.
El odio soterrado que lleva implícito el silencio emocionalmente obsceno es letal para las relaciones humanas, que se distinguen de las animales por el uso de la palabra, del raciocinio y del sentido común.

Vivir bajo el asedio de este tipo de silencio es penoso. Empobrece mucho la propia vida y entristece, de forma absurda y sin sentido, la de los demás. Sus fines vengativos son tan inconsistentes que producen un daño indiscriminado con el que todos resultan heridos. 
Encierra esta actitud un resentimiento contra el mundo, que refleja la impotencia de no haber sabido gestionar una situación de privilegio con la debida humildad y el siempre imprescindible buen juicio. Es la síntesis del fracaso producido por la falta de capacidad del espíritu para metabolizar todo lo bueno recibido...

Pues bien, hay días en los que la obscenidad del silencio se hace mucho más patente.
Son esos en los que no cuesta nada vencer la poderosa inercia del orgullo, ya sea porque el calendario juega a favor de la palabra o porque nos han dado el tono para que podamos seguir la melodía sin esfuerzo. Se diga lo que se diga, solo hay una razón para desatender estas llamadas, la razón de la soberbia desmedida. Esa arrogancia vil y extemporánea, que incita, por ejemplo, a no hacer un insignificante favor a quien rescató tu futuro de la catástrofe. 
Son situaciones que no resisten análisis alguno, pero que el obsceno silencioso justifica ante su relajada conciencia, arrancando la hiedra que crece entre los seises y los sietes a ritmo de bolero, bajo las aspas, eternas y lentas, que giran sobre el sueño ligero de las noches calurosas del verano.

Puede que ayer fuera uno de esos días.

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