martes, 23 de junio de 2015

Espejos parlanchines

No hace falta ser madrastra para mantener frecuentes diálogos con el espejo.
Hay quien lo hace por principio, como norma de comportamiento obligado, que viene muy bien para evitar las conversaciones con los demás y convertir los monólogos en, digamos, diálogos con alguien que suele estar predispuesto a dar la razón sin rechistar.

Es cierto que, a veces, los espejos nos salen respondones y se empeñan en contestar a determinadas preguntas con algunas impertinencias tan faltas de cortesía como, por ejemplo, mostrar nuestros defectos sin recato o, lo que aún es peor, recordándonos que nuestro comportamiento es absurdo, pueril o, al menos, inapropiado.
Y hablo solo de los espejos normales, porque los mágicos son todavía más peligrosos. Tienen la intolerable manía de decir la verdad de lo que ven y, a la habitual pregunta sobre la identidad de la más divina del reino, pueden soltarnos que nuestra proverbial belleza ya no es lo que era tiempo atrás.

Lo mismo puede pasar cuando la madrastra de turno interroga a su espejito encantado por la sensatez de su comportamiento. Por eso una avezada madrastra vocacional nunca hace esa pregunta. El riesgo es demasiado alto.
Ellas prefieren mantenerse vírgenes (es un decir) en su pureza de pensamientos, empeñadas siempre en esa breve y eterna lisonja que resbala sobre sus hombros y, a favor de la suerte, se hace rebelde ante los ojos ajenos.

Es muy probable que este motivo sea la razón por la que los espejos mágicos están de capa caída y vienen, de un tiempo a esta parte, siendo sustituidos por otros menos charlatanes y más obedientes. Un instalador veterano me comentaba hace unos días que hace años que ya no trabaja esta modalidad de espejos, porque no le resultaba rentable tener almacenado un género que no tiene mercado en nuestros días. Él ha superado esta crisis gracias a esos nuevos espejos, de dudosa procedencia, que tienen la virtud de distorsionar lo que reflejan y, sobre todo, la verdad, para devolver una imagen liberada de defectos físicos y complejos morales, evitando cualquier aproximación a una realidad que resulta molesta si lo que se pretende es justificar lo injustificable.
Parece que lo que ahora se lleva más (ya se sabe que las modas, los gustos y los sentimientos cambian mucho) son los espejos desafinados, en los que se interpreta una melodía emocional y suena otra muy diferente de la auténtica.

Pues eso, que las madrastras coronadas de soberbia sufren mucho.

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