martes, 11 de diciembre de 2012

Esquimalas pertinaces

Hay quien hace del frío, voluntariamente, su habitat natural.
Y no me refiero a esas criaturas que han tenido que adaptarse, por necesidad, a las gélidas temperaturas del ambiente que las rodea, sino a las que, siguiendo una decisión libre y propia, convierten su corazón en un bloque de hielo, duro y cortante, como aquél que se hiciera célebre en la trágica noche de un 14 de abril, hace algo más de cien años.

Estas personas (a las que algunos psicoantropólogos llaman esquimalas), han desarrollado un sistema neurosomático autoinmune a cualquier tipo de calor, pero especialmente eficaz contra el calor humano.
Es inútil aproximarse a ellas con humildad, simpatía, buena voluntad o actitud positiva y conciliadora. Sus poderosas defensas criogénicas reaccionan siempre de forma automática y fulminante para impedir que emerja de sus árticas entrañas cualquier tipo de respuesta no ya calurosa, sino, incluso, tibia.
Hay quien asegura que las esquimalas nacen, no se hacen, aunque pueden mantenerse en estado latente durante décadas, con aspecto de frágiles e inofensivas crisálidas, para evolucionar, en suave metamorfosis mental, hasta alcanzar su estado de madurez helada permanente.

Según afirma un reciente estudio de la Universidad de Bagshot-Swalbach, existen diversos grados de esquimaldad, clasificados en la llamada Escala de Amundsen en función del nivel térmico de las respuestas que se obtienen ante determinados estímulos. El más frío de todos los hasta ahora conocidos (no se descarta que puedan conseguirse en el futuro otros de temperatura negativa aún más extrema) se ha registrado hace poco a unos 40º de latitud N y 4º de longitud W. Al parecer está representado en la Tabla Periódica de las Respuestas Congeladas por dieciséis palabras esculpidas en hielo seco polar hiperfrigorizado cibernético.

Sea como fuere, el caso es que estas personas, las esquimalas, sufren mucho. Y no tanto por las bajas temperaturas que soportan sus órganos vitales como por el complejo divino-persecutorio constante en el que viven inmersas. Las hay que, creyéndose una reencarnación de la legendaria diosa Sedna, quieren controlar a humanos y mamíferos marinos a su antojo. Y hasta quieren ostentar los poderes de la diosa Sila para ser las dueñas del tiempo y de la caza.

Demasiado hielo flotando a la deriva por tan procelosos océanos. Claro que todos sabemos que solo una novena parte del iceberg es visible fuera del agua y que lo que está sumergido de la personalidad de las esquimalas es lo más importante y significativo. Aunque nunca sean capaces de enseñarlo porque el frío de sus fluidos medulares se lo impide. Toda pseudodivinidad helada que se precie sabe que reconocer la verdad es un signo externo de debilidad que la condenaría a regresar al mundo de los mortales y dejar su condición de bloque de hielo flotante que cumple su eterno destino de renunciar a la vida, a cambio de mantener sus orgullosos reflejos azulados por encima del horizonte de los sentimientos.

Y es que ser una auténtica esquimala de reconocido prestigio, en estos tiempos tan difíciles que corren con el dichoso calentamiento global, cuesta lo suyo.

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