viernes, 14 de septiembre de 2012

Tres sombreros de copa

Cuando el 14 de septiembre Miguel Mihura acabó de escribir Tres sombreros de copa, una gran obra de teatro - difícil de entender para ciertas personas, eso sí - enriquecía el patrimonio cultural de la convulsa sociedad española de su tiempo.
La comedia tardó muchos años en ser estrenada, aplastado su inteligente y crítico humor por acontecimientos dramáticos que ensombrecieron en España calles y teatros. Pero ochocientos setenta y seis meses después, Dionisio y Paula volvían a encontrarse sobre un escenario, en aquella eterna habitación con dos puertas y un balcón desde el que, a lo lejos, se veían lucecitas y se imaginaban vidas imposibles.

Quien considere a Mihura un humorista se equivoca. Fue un filósofo surrealista y genial, capaz de retratar, con un estilo tan dulce como ácido, a una sociedad que, curiosamente, mantiene vigentes, tantas décadas después, muchos de sus vicios y miserias, tal vez porque sean consustanciales con la propia naturaleza del concepto sociedad.
Es cierto que el melancólico sentido del humor que rezuma esta pieza produce efectos diversos en unos y otros. Hasta el nombre de algún personaje llega a crear inquietud en espectadores a quienes disgusta viajar en Metro... por si acaso.

Y es que tres sombreros son demasiados para una sola persona. Y si son de copa, más. Es lógico que la gente se confunda. A Dionisio le confundieron con un malabarista... y se quedó con la confusión para siempre. Porque, al principio, parece que son los otros los que creen lo que no es y, sin embargo, siempre es el Dionisio de turno el que se queda con una bota en el bolsillo y cara de salamandra debajo de la chistera.
La comedia de Mihura es una de las obras de humor más tristes que he visto. En la vida real, la burguesía nunca deja de triunfar sobre la bohemia y, en este caso, también lo hace sobre la escena.

Pero, claro, lo peor es lo del Metro. Algo que no se le había ocurrido ni al bueno de don Miguel. Insistir en representar el teatro del absurdo en las calles de la gran ciudad es una tontería aún mayor que buscar sueños disfrazados de pintores a diez mil kilómetros de distancia. Siempre corres el riesgo de que te encuentres con tu destino, con independencia de que lo que éste lleve en la cabeza sea un sombrero de paja de ala ancha a la moda, tres antiguas chisteras... o un casco de vikingo con agujeros a los lados.

Cuando algo ha sido decidido con económicos y gélidos cálculos milimétricos, no hay mihura que pueda con ello (y valga la redundancia).
Una lástima, porque la comedia era estupenda, que diría otro bohemio en el Café Momus. Pero la tristeza de la vida fue mayor, como el silencio de Roberto Carlos, y en la distancia muere, día a día. En una distancia tan próxima como absurda, más aún que la obra del gran autor madrileño.

En la vida, como en Tres sombreros de copa, siempre hay odiosos señores, ancianos militares y astutos cazadores a nuestro alrededor. Es una comedia difícil de representar porque ninguno de los que estamos en ella nos sabemos muy bien nuestro papel y, a veces, nos empeñamos en hacer el del otro.
Dionisio acaba marchándose, inexorablemente, y a Paula, tras salir de su escondite, detrás del biombo, solo le queda compartir su soledad con el llanto mientras lanza los tres sombreros de copa al aire...

1 comentario:

Humberto Dib dijo...

Siempre me surge la duda, ¿la vida real copia al arte o es al revés?
Un abrazo, hacía mucho que no venía.
HD