domingo, 8 de julio de 2012

Juno

No todas las diosas son iguales.
Hay diosas malas, diosas ambiciosas, diosas vengativas, diosas soberbias, diosas envidiosas... y creo que también hay alguna diosa buena.
Juno, la diosa de junio, tiene un poco de casi todo lo anterior. Por algo dice la mitología romana que es la reina de los dioses.
El esforzado Eneas tuvo que sufrir sus iras por culpa del odio de la diosa a los troyanos, cuyo origen, por mucho que los eruditos se empeñen en cuestionarlo, no fue otro que sus celos de Venus, la de los ojos azules.

La verdad es que es tremendo pensar que el orgullo herido y los celos sean capaces de producir estos terribles efectos hasta en la voluntad de las diosas, pero parece que éstas, por muy divinas que se sientan, no son capaces de poner los medios para evitarlo.

No le bastó a Juno ser uno de los tres excelsos miembros de la Tríada Capitolina. Quería más. Siempre quiso más. Sus epítetos fueron innumerables, como lo serían otros adjetivos, menos poéticos, a ella dedicados por algunos faunos que nunca asumieron su condición de seres mitológicos de segunda.

La gran incógnita que hemos heredado desde tiempos de la antigua Grecia, cuando se llamaba Hera, es la del nacimiento de Juno. Lo que sí sabemos es que su mes, junio, se convertiría con el tiempo en el del origen de muchas de las miserias humanas que, ocultas por un manto de abundancia y de divina virtud, tarde o temprano, afloraban al conjuro de una Juno guerrera y vengativa, incapaz de sentir piedad por nada ni por nadie.

Eneas sobrevivió a los ataques de Juno. No pudo refundar Troya, pero sus descendientes crearon el mayor imperio del mundo antiguo. Los celos y el odio de Juno no lograron impedirlo, pese a lanzar poderosas tormentas e incendiar los barcos de aquel troyano que huía de un mundo destruido por el odio de los hombres y los dioses.

Y es que el odio no es suficiente para acabar con lo que se ha levantado con lealtad. Todas las troyas/fénix del mundo resurgirán de los océanos de soberbia  vomitados por esas diosas de mármol imaginario que, nacidas de cronos eternos en junios celestiales, anteponen la ira al honor y la soberbia a la nobleza. Troya cayó, sí, pero nunca triunfó Juno. Pese a todo, Homero y Virgilio estuvieron atentos para contárnoslo, para que el hombre no olvide que ni los Campos Elíseos son eternos para quien esculpió su imagen con un cincel de orgullo y sigue llevando a Marte y a Vulcano en sus entrañas.

En estos días Juno se celebra a sí misma. Girando eternamente en su órbita de asteroide, luminosa pero triste, incapaz de incrementar su fuerza centrífuga para acercarse a ese Júpiter del que se desprendió un lejano día para seguir vagando, perdida, en mitad de nuestro pequeño universo.
Los astrónomos se siguen preguntando cómo es posible que un cuerpo celeste tan pequeño brille tanto por las noches. Misterios de la ciencia.
O de la mitología.

1 comentario:

Samael dijo...

Has ido a mencionar mi diosa preferida: Juno. Juno y su otra cara, Jano. Juno en junio y Jano en enero (en francés, janvier), cada uno en un solsticio. Las dos caras que representan la totalidad, y ninguna puede existir sin la otra. O sin el otro, pues Jano es un dios. Quizá conectados con el yin y el yang: en todo lo bueno hay una parte mala y en todo lo malo hay una parte buena. La eterna dualidad...