miércoles, 16 de noviembre de 2011

Bajo los tilos

Confundo mucho El Barbero de Sevilla con Rigoletto. Y hay que reconocer que es una confusión muy rara, porque no se parecen en nada. Pero yo las confundo mucho. Sobre todo en Berlín.

Puede que sea verdad eso de que noviembre es un mes más frío entre la Puerta de Brandenburgo y la Isla de los Museos que paseando por Ku'Damm. También es posible que sea cierto que allí las gafas de sol suelen ser redondas y que el mismo restaurante se repite noche y día frente a la iglesia del Kaiser Guillermo...
Pero estas razonables explicaciones no serían suficientes para confundir esas dos óperas tan diferentes. Como tampoco lo es que el papel de Gilda lo interprete una soprano negra en la Deutsche Oper ni que el montaje de la obra de Rossini en la vieja Staatsoper fuera tan escaso de recursos en aquellos tiempos.

Una confusión tan absurda como la mía me lleva a pensar que en la vida hay muchas cosas que no son lo que parecen. Y que algunos vemos cisnes volando sobre pequeños lagos cuando, en realidad, hay habitaciones de hotel con piano, mucho más confortables, a la larga, que la de un pequeño y moderno Seehof, por muy romántico que sea el entorno para algún despistado que siempre se equivoca.
El caso es que el estado fisiológico del cisne, impropio de un ave, no fue obstáculo para el vuelo, aunque un observador que hubiese estado más pendiente de los detalles que de sus emociones, habría reparado en la escasa altura del mismo. El cisne voló sobre las frías aguas del lago sin apenas separarse de ellas. Fue como si quisiera volar y nadar al mismo tiempo, permaneciendo entre dos mundos que se acercaban por imperativo del destino, como el Este y el Oeste, pero que no llegaban a unirse del todo, pese a no estar ya separados por un muro. Y es que este había caído para la vista, pero seguía firme e inexpugnable en el interior del alma. Una leve pluma se desprendió del pecho del cisne y voló al capricho del viento.

Sin embargo, allí siguen el Altar de Zeus y la Puerta de Istar. Pérgamo y Babilonia unidas en una pequeña isla, al final de un paseo protegido por la tupida sombra de los tilos y los sueños.

Al otro lado de la ciudad y de la historia, el aroma húmedo del pequeño lago plateado seguiría envolviendo durante varios años la vida de una pareja de cisnes, tan iguales por fuera como distintos por dentro. Hasta que un día de invierno, uno de ellos desapareció. Hay quien dice que voló sobre los tilos hacia la pequeña isla del Spree, pero otros aseguran que se quedó en el fondo del lago, esperando un noviembre más cálido en el que ocupar la vacía butaca de la Lindenoper y a que en su conciencia dejasen de resonar las notas de aquel inesperado piano.

Entretanto, el Duque de Mantua, empeñado en que yo siga confundiéndole con el Conde Almaviva, sigue cantando, una y otra tarde, con su poderosa voz de tenor: "... qual piùma al vento... muta d'accento e di pensier...".

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