sábado, 14 de septiembre de 2024

L'éternelle jeunesse de Marguerite Dubois

El título está en francés porque me ha parecido oportuno mantener el original de la novela.

Cuando cayó en mis manos, debo reconocer que me interesó desde un primer momento. Como es normal, antes de comenzar su lectura pensé en Dorian Gray. Sin embargo, pronto me di cuenta de que esta extraordinaria historia contaba algo completamente distinto.

En nada se asemeja el caso de Marguerite Dubois con el del relato de Oscar Wilde. Lo asombroso de Marguerite es que sí envejecía, pero de una manera tan sorprendente que seguía transmitiendo hacia los demás una extraordinaria sensación de juventud capaz de desconcertar a cuantos trataban con ella.
La novela está tan bien escrita que, a pesar de no mostrar imagen alguna (o, tal vez, por eso mismo), consigue crear en el lector la nítida impresión de estar viendo a una mujer que, pese al paso de los años, hacía compatibles todos los rasgos de su edad real (tanto físicos como psicológicos) con los de una chica eternamente joven.
Y no era solo una cuestión de belleza (que también), sino de todo el conjunto. Así, superados los setenta años, cuantos se relacionaban con ella sentían (es más apropiado utilizar este verbo) que estaban con una persona absolutamente joven.

Cierto es que todos hemos conocido casos de hombres y mujeres mayores que conservan muy presentes algunas facetas juveniles. Del mismo modo, sabemos que hay niños que ya parecen viejos. Pero lo de Marguerite era algo muy particular. Su permanente personalidad joven no adolecía de las habituales inconsistencias propias de una edad inmadura, todo lo contrario: Marguerite iba asimilando, con naturalidad, la experiencia, el conocimiento y ese extra de talento que van incorporando, con el paso de los años, las personas inteligentes. Y, a pesar de ello, seguía irradiando juventud.

¿Cómo poder describir todo esto (un gran contrasentido, en apariencia) con palabras que lleguen al espíritu del lector? Dumas lo consiguió (se me había pasado decir el nombre del autor). Sin la menor duda, se trata de su novela menos conocida, y muchos dicen que no es suya. Yo estoy seguro de que sí lo es. Es curiosa la insistencia del escritor en contarnos que, en realidad, no se trata de una novela, sino de una biografía. Si es verdad, aún resulta más extraordinario.

A un buen número de hombres les asustaría enamorarse de una mujer así. A mí no. De hecho, me parece casi imposible no enamorarse de ella. 
Otra circunstancia notable es que el libro está inacabado. Unos creen que Dumas lo abandonó porque no sabía cómo terminarlo. Otros, los más acertados en mi opinión, piensan que, en realidad, se trata de una historia que no tiene final. Yo estoy convencido de que esto es lo que nos quiso transmitir Dumas: si se terminaba, no era eterno, y, entonces, entraría en directa contradicción con el propio título (que, para mí, nada tiene de casual).

¡Lo que hubiese dado por conocer a Marguerite Dubois! Yo me siento un niño y, quizá, le hubiese gustado. Pero, claro, mi niñez, aunque consistente, no es eterna como su juventud.
Me tendré que conformar, en lo que me quede de vida, con esos versos de Gustavo Adolfo que nunca puedo desterrar de mi mente:

Yo soy un sueño, un imposible,
vano fantasma de niebla y luz;
soy incorpórea, soy intangible;
no puedo amarte. –¡Oh, ven: ven tú!

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