jueves, 27 de agosto de 2015

Damas de tréboles

De todas las cartas de la baraja francesa (yo siempre la he llamado así, aunque leo por ahí que no lo es), la que más me gusta es la dama de tréboles.
Su mirada refleja una relajada complicidad con la fortuna, virtud de la que, sin ir más lejos, carece su rival de corazones.
No me refiero, desde luego, a la reina de los naipes de Lewis Carroll, sino a las de Heraclio Fournier, aunque debo reconocer el parecido que con Alice Liddell (de mayor, claro) tiene la dama de tréboles de la más popular baraja 'francesa' (perdón), entre las muchas que la acreditada firma vitoriana ha lanzado al mercado. La mayor diferencia es que, en vez de estar vestida con ropas de mendigo, lleva una indumentaria (roja, negra, amarilla y blanca) propia de una reina de cartulina. 
¡Ah! y no olvidemos que la flor que mantiene en su mano es, tal vez, más sencilla que la de sus tres contrincantes, pero, sin duda, más bonita.

A nadie le hubiese extrañado que la carta de mayor belleza fuese la reina de corazones, pero no es así. La de tréboles la supera. Además, tiene la ventaja de que entre sus aficiones no se cuenta la de cortar cabezas a diestro y siniestro, algo que, por cierto, debería hacer reflexionar a los numerosos seguidores de la de corazones, antes de entregarse a ella con la ligereza que les caracteriza.

El trébol es mejor, aunque solo tenga tres, y no cuatro, hojas (que es, dicho sea de paso, el número de las cavidades del corazón). Pero también tiene sus detractores. Son esos que defienden que los tréboles son bastos disimulados, es decir, palos... sean o no de golf (el idioma inglés es, en ocasiones, complicado de traducir).
Sea como fuere, el caso es que tengo un amigo con una baraja cuyas cartas son todas tréboles. Él dice que son más de fiar. Claro que no llega al extremo de otro conocido mío que solo utiliza barajas compuestas por cincuenta y dos damas de tréboles. Me parece un poco exagerado.
En su defensa, alega que tuvo, hace tiempo, una que incluía corazones, pero solo le trajo disgustos, sinsabores y problemas. De ahí su afición desmesurada por los tréboles.
"Los diamantes son para los ricos", asegura. "Y las espadas pinchan casi tanto como los corazones", remata. Porque él, a las picas siempre las ha llamado 'espadas'.

No sé, yo me armo un poco de lío con tantas precisiones, pero sí es cierto que me gustan más las damas de tréboles. Tienen una mirada más limpia. Y cuando llega septiembre no cambian sus flores por dagas ni su trébol por un arpón.
Lo que nadie ha pensado es qué sucedería si los tréboles fuesen de color naranja y los corazones tuviesen un tono tirando a turquesa. Puede que en esa hipotética situación, las diferencias fuesen tan imperceptibles y el éxito tan escaso que ambas damas se pasasen, definitivamente, al palo de oros. 
Que, como todas las damas de la baraja saben, siempre ha sido el más provechoso.

No hay comentarios: