miércoles, 4 de junio de 2014

El triunfo del otoño

Con independencia de que el otoño sea o no una estación bonita (que lo es), impresiona ser consciente de lo poco que dura la primavera en la vida y lo pronto que el rojizo e inevitable manto otoñal cae, sin remedio, sobre todos nosotros. 

Las leyes de la naturaleza son inexorables, pero tienen la sorprendente característica de ofrecer percepciones diferentes en función del punto de vista desde el que se las observe. Y, como es de todos conocido, esto adquiere especial relevancia a medida que va avanzando el ciclo vital de las personas adultas.
Pese a ello, al contrario de lo que hacen la mayoría de los seres vivos, la raza humana lucha con todos los medios a su alcance por reverdecer esas hojas que ya han superado, incluso, el amarillo inicial con el que las tiñe el otoño. Nos resignamos a muchas cosas en la vida, sin embargo está claro que una de ellas no es la renuncia definitiva a seguir esperando, hasta el último momento, que se produzca un postrer milagro de la primavera, como diría Machado.

Cada uno de nosotros somos una pared cubierta de tiempo que intenta prolongar su verdor más allá del verano que sucedió a la ya lejana primavera.
Lo curioso es que nuestros ojos (o nuestra ventana) mantienen en su iris el reflejo del brillante color azul de un cielo que aún nos pertenece.

Por eso es tan absurdo derrochar las oportunidades que siguen vivas. Realidades que nos devuelven al mundo que permanece inalterable en el interior de nuestras ventanas, bañado por la luz de lo que nunca muere. Todos lo mantenemos vivo, pero un pacto universal no escrito nos impide revelarlo a los demás.

Hay quien se asoma a su ventana y, cegado por el orgullo, no es capaz de ver que todavía quedan hojas verdes en el muro que la envuelve. Tal vez necesiten salir de su voluntario encierro y observarse a sí mismos desde el exterior. El otoño avanza. Y siempre acaba triunfando, así que nunca están de más unas cuantas lágrimas que sirvan para regar una verdad a la que solemos considerar peor de lo que es. Sobre todo si la miramos con los ojos cerrados, que es lo más frecuente.

El otoño triunfará finalmente, sí. Debemos, entonces, disfrutar de su belleza aferrados a la eterna primavera que llevamos dentro. No nos preocupemos tanto por el color de sus hojas, sino por la vida que nos siguen brindando quienes nunca han cerrado sus azules contraventanas para que podamos sentir su presencia más allá del paso del tiempo.  

El triunfo del otoño puede ser, también, el de la verdad sobre el orgullo.

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