jueves, 7 de junio de 2012

Eufemismos invertidos

Todos utilizamos eufemismos para suavizar expresiones cuya manifestación resultaría dura o grosera.
Podría parecer que esta práctica de cambiar palabras fuertes por otras más ligeras, es la más habitual en los diálogos de una sociedad civilizada que trata de mantener las formas y que casi siempre es partidaria de todo aquello que es políticamente correcto, como hoy se suele decir.
Sin embargo, otras veces, nos desplazamos hacia una figura contraria, que podríamos denominar como antieufemismo o eufemismo invertido.
Esto (que ocurre más de lo que pudiéramos pensar) sucede mucho en el terreno de las emociones o, mejor dicho, cuando las emociones se mezclan con una intención de disimularlas, trasladando a los demás la responsabilidad de nuestros problemas.

Asumir propias responsabilidades es un ejercicio duro, que se entrena poco en los gimnasios mentales modernos. Bien es cierto que, en una determinada medida, ayuda a liberar complejos de culpabilidad y, además, nos permite expresar, con relativa delicadeza, juicios peyorativos hacia otros para que nuestro interlocutor (incluido el propio yo, cuando hablamos con nosotros mismos) entienda, por ejemplo, que nos duele lo que nos han hecho los demás (sin que seamos, en absoluto, merecedores de ello, por supuesto).
El término heridas, es un caso frecuente y representativo de esta figura retórica, poco estudiada por los académicos. En multitud de ocasiones, heridas significa sentimientos. Lo que pasa es que una y otra palabra tienen sentidos opuestos dentro del siempre complejo universo emocional de las personas.
Si decimos que alguien reabre nuestras heridas (valgan estas tres palabras como ilustración simbólica aleatoria de la tesis que estamos exponiendo) casi siempre queremos decir que ese alguien ha despertado nuestros sentimientos.
Es evidente que la primera expresión es portadora de unas connotaciones negativas y acusadoras de las que la segunda carece. Si, además, se la decimos, directamente, a la persona que ha removido esos sentimientos que intentamos aletargar con las diarias dosis de opio diluido en fantasías que necesita nuestra conciencia, habremos conseguido un doble efecto: uno interno de relax y desahogo, y otro externo de reproche y acusación.

Alguien diría que el eufemismo invertido podría valer como terapia, pero no hay duda de que es un método paliativo menor e imperfecto que, a la larga, acaba volviéndose contra quien lo emplea y le impide salir de su verdadero problema. Más eficaz (si bien más duro y difícil de aplicar sin anestesia pericardial) es afrontar la verdad, asumiendo los propios errores, liberándonos, así, de mantener ad eternum la justificación de nuestra conducta ante el mundo y ante nosotros mismos.

Nada hay de malo en reconocer y aceptar nuestros sentimientos hacia otra persona, en especial cuando esa otra persona nos demuestra y manifiesta su no beligerancia. Pero, claro, si sietes y seises se revuelven, alborotados, en nuestra cabeza, confundiendo emociones y atropellando propósitos, es complicado mantener la lucidez imprescindible para reconocer a Venus en ese pequeño punto negro que se desliza por el inmenso círculo naranja del Sol.

Tiempo perdido por el camino de una vida que sabemos hacer más complicada de lo que es, encadenando a un nuevo Prometeo que morirá antes de confesar la profecía revelada y que, lo queramos o no, ha traído ya el fuego que robó a los dioses a nuestras almas.