miércoles, 28 de mayo de 2008

Un sueño raro

Como Martín Lutero King, yo también tuve un sueño. Pero el mío fue un sueño rarísimo.

El protagonista de mi sueño era un importante industrial, fabricante de productos de consumo, cuyas marcas competían en un mercado que se había endurecido notablemente en los últimos años.
Pues bien, el hombre estaba enfermo. Y como muchos otros enfermos del insólito país de mi sueño, organizaba un concurso de médicos para elegir entre ellos al que sería su médico de cabecera durante los siguientes meses. En contra de lo que pudiera parecer lógico, multitud de doctores acudían entusiastas a la convocatoria y, no conformes con no cobrar ni un duro por ello, invertían cuantiosas sumas, de sus propios bolsillos, en hacer análisis, radiografías y otros complejos estudios clínicos del prospecto de paciente.
Yo, como es habitual durante los sueños, no sabía que estaba dormido y, convencido de estar en plena vida real, no daba crédito a lo que veía. Pensando que todos se habían vuelto locos, yo hablaba con los médicos de mi sueño, tratando de convencerles de lo disparatado de su actitud, pero, para mayor asombro mío, todos ellos me decían que lo que hacían era lo normal, que casi todos los enfermos hacían lo mismo y que la clase médica ya estaba acostumbrada a semejante práctica.
Sin embargo, todo esto no era más que el principio de la locura colectiva: al concurso de médicos siguió otro de farmacias para la compra de las medicinas, uno de enfermeras e, incluso, uno de practicantes...
Por cierto que, como el enfermo no quedó contento con las ofertas de las farmacias, se fue a hablar directamente con los principales laboratorios farmacéuticos para que le vendiesen a él directamente las aspirinas, la penicilina y las cataplasmas que él presuponía le iban a recetar los médicos.

Como era de esperar, el resultado final fue un poco caótico: las medicinas estaban ya compradas antes de resolver el concurso de galenos, una enfermera (la que tenía mejor presencia física, aunque nula experiencia en atender enfermos) había sido contratada para medias jornadas en días alternos y un practicante apañadito en precio (bien es cierto que con las jeringuillas un poco sucias y las hipodérmicas tirando a oxidadas) iría todas las mañanas durante diez días a poner las inyecciones que, tal vez, el médico seleccionado recetaría.

En mi sueño, a mí me parecía que todo esto era empezar por el final y, en un acto de atrevimiento, le dije al importante industrial que estaba jugando inconscientemente con su propia salud y que con la salud no se debía jugar. El, mirándome por encima del hombro, me contestó que, haciéndolo así, se había ahorrado una cifra próxima al 15% del total que había pensado utilizar en curar su dolencia y que un ahorro tan significativo justificaba un procedimiento que yo juzgaba anormal y, desde luego, explicaba un pequeño cambio en el orden natural de tomar las decisiones...
Total, que nadie me hizo caso. Ni siquiera cuando manifesté mi indignación por el hecho de que el industrial enfermo eligiera finalmente no al mejor doctor, sino al que le recetó unos medicamentos más parecidos a los que él, previamente, ya había comprado.

No sé si merece la pena decir que, siempre en mi sueño, el enfermo empeoró de manera radical tras el desafortunado tratamiento y, como yo me temía, no tardó mucho en pasar a mejor vida.

Un sueño raro, sí. Pero yo me desperté de él con la curiosa sensación de que, a pesar de lo aberrante del caso, a mí todo eso me sonaba, me parecía conocerlo, haberlo vivido de alguna manera en la realidad...
Aunque, pensándolo bien, no puede ser. Disparates tan enormes sólo pueden pertenecer al fantástico mundo de los sueños.